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viernes, 28 de diciembre de 2012

Las mejores películas de ciencia-ficción




En el simple acto de alzar la vista, mirar a las estrellas y, por tanto, a lo desconocido, hay un inevitable enfrentamiento a lo ignoto de esos cuerpos que brillan sobre el cielo con insistencia, desde antes que la razón es razón y el hombre andara sobre la Tierra. Hay en esa mirada una necesaria impresión sobre el alma, que los más inquietos no pueden ni quieren dejar pasar: en ese enigma centelleante nace la invitación a imaginar mundos que no están al alcance, criaturas de fantasía que viajan a través del espacio y quién sabe si del tiempo, tramas interestelares que alguien tenía que urdir tarde o temprano. Y ese alguien fueron los Philip K. DickRobert HeinleinIsaac AsimovArthur C. ClarkRay BradburyH.G. Wells o Stanislaw Lem, alguna vez niños fascinados y más tarde escritores inspirados que dieron forma a ese imaginario que siempre quisimos soñar.
 
Pero entonces el cine quiso volver a imaginar, a modelar como esa utopía visual que significaba todo lo que nos seducía allá fuera, todo lo que  temíamos pero no queríamos dejar de conocer. Todo lo que éramos, en el fondo, tan desconocido como aquello que empezaba a concretarse en pantalla. Los Andréi TarkovskyStanley KubrickSteven SpielbergGeorge LucasRidley ScottFritz Lang o Robert Wise se aventuraron a esculpir en fotogramas lo prohibido, lo insólito y lo definitivamente mágico. La ciencia-ficción, esas dos palabras  tan estrictas que suman algo tan intangible, era gracias a ellos un refugio ya real en el que cobijarnos de una realidad que nos obligaba a ser sin ser, reconocer los fastidiosos límites de todo y de nosotros mismos. Pero resistían, y resisten esas naves en llamas más allá de Orión, los planetas inexplorados y sus monstruos ocultos. Resisten los visitantes con los que entablar lazos insospechados, los robots terribles y los más humanos, las bestias irracionales y las máquinas del tiempo. A todo ello se dedican las siguientes líneas, a ese cine inolvidable que nos pide que imaginemos, especulemos con un futuro en el que nada estaba previsto, nada escrito en los mapas del cielo.

“2001: Una odisea del espacio” (Stanley Kubrick, 1968). Quizá el misterio mayúsculo pueda desentrañarse en el diálogo entre el Universo y el individuo, en expansión desde siempre sin posibilidad de rastrear los orígenes de todo. Stanley Kubrick llevó a cabo en 1968 su proyecto más ambicioso: una adaptación de la novela homónima de Arthur C. Clark que indagaba en ese enigma, y que iba a resultar en una obra compleja, hipnótica y capaz de revolucionar un género tanto en sus presupuestos filosóficos como en sus posibilidades técnicas. En la memoria, los paseos ingrávidos de Dave Bowman, la rebelión de HAL 9000 y el cosmos, elegante e infinito al compás de Así habló Zaratustrade Richard Strauss. En 1984, Peter Hyams firmó, también a partir de Clarke, su secuela“2010: Odisea dos”.

“El imperio contraataca” (Irvin Kershner, 1980). En 1977, Georges Lucas tuvo una idea, fue más listo que los que le dieron el dinero para llevarla a cabo e inició el que quizá sea uno de los fenómenos más masivos y queridos de la cultura popular mundial. A partir de “La guerra de las galaxias” (1977), la saga “Star Wars” se apropió y redefinió los términos de space opera para las siguientes décadas, construyendo una mitología a su alrededor tan única como traducible a todo tipo de merchandising y propiciando nuevos episodios, relanzamientos en 3D y series de animación para seguir expandiendo una franquicia que arroja inagotables beneficios. En medio de ese maremágnum de explotación, “El imperio contraataca” permanece como el capítulo más oscuro, atmosférico y desesperanzado de cuantos concibió Lucas.

“Blade Runner” (Ridley Scott, 1982). Para su tercer largometraje, Ridley Scott optó por realizar un adaptación de la novela breve de Philip K. Dick “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”. A pesar de que “Blade Runner” no tuvo buena acogida por parte de crítica y público en su estreno, empezó a forjarse un lugar de renombre entre la ciencia-ficción de culto que hoy es indiscutible. La forma en que Dick y Scott imaginaran Los Ángeles de 2019 hoy dista de ser factible, pero no dejaba de ser fascinante en sus chimeneas llameantes, coches voladores y gigantescas pirámides elevadas sobre guetos teñidos de noir poco saludable. Es, asimismo, una película ampliamente aclamada como obra maestra entre esa facción del género que señala la pérdida de humanidad que acompaña a los nuevos tiempos, reivindicada en el celebérrimo monólogo final de Rutger Hauer bajo la lluvia.

“Matrix” (Andy y Larry Wachowski, 1999). No es que todo estuviera inventado cuando llegó “Matrix”. Pero “Matrix” hizo que pareciera que todo estaba ya inventado antes de llegar ella y poner patas arriba el género. El truco estaba en añadir capas a la larga tradición de ficciones distópicas —sin ir más lejos, filmes como “Dark City” (Alex Proyas, 1998) o “Nivel 13″ (Josef Rusnak, 1999) eran referentes inmediatamente previos a la cinta de los Wachowski—, pero también en renovar por completo el espectáculo cinematográfico en torno a la ciencia-ficción. Aún hoy, los logros alcanzados por Andy y Larry Wachowski en aquella primera entrega no dejan de ser apabullantes y, por supuesto, altamente influyentes en un sinfín de títulos que la han imitado, homenajeado y parodiado hasta la saciedad: la consagración del bullet time, las asombrosas set pieces —ampliadas y mejoradas en sus dos secuelas, “Matrix Reloaded” (2003) y“Matrix Revolutions” (2003)— y un villano memorable hacen de ella una elegida entre las elegidas.

“Alien, el octavo pasajero” (Scott, 1979). En su segundo trabajo en largo, Ridley Scott ya había cosechado todo un hito de la sci-fi con este relato de terror con monstruo apenas visible a bordo. Con ella empezó una de las sagas de más éxito del género, fundada sobre los inquietantes diseños de Jean Giraud ‘Moebius’ y el erotismo de unaSigourney Weaver en ropa interior y acosada por la criatura. En “Aliens (El regreso)”  (1986), su secuela, James Cameron le daría un proteico enfoque que viraba la serie hacia los terrenos del bélico no sin dosis de sorna. En las sucesivas “Alien 3″ (1992) y“Alien resurrección” (1997), David Fincher daría el salto del videoclip al cine para ver masacrado su debut con el montaje, y Jean-Pierre Jeunet adaptaría su particular estética plástica a los parámetros de la franquicia. La llegada de “Prometheus” a las salas marca la vuelta de ésta a las manos de su creador original, Scott, vía una —presunta— precuela en la que todas las incógnitas están por despejar.

“A.I. Inteligencia Artificial” (Steven Spielberg, 2001). Steven Spielberg tomó uno de los proyectos nunca realizados de Stanley Kubrick y lo convirtió en una de las películas más hermosas, extrañas, discutidas e inclasificables de su filmografía. El mito de Pinocho tomaba forma en una fábula desgarradora, impregnada de pesimismo y dotada de una densidad emocional que bien representaba el desamparo afectivo de un robótico y extraordinario Haley Joel Osment. La cacería de robots viejos bajo una inmensa luna llena, el gigoló metálico encarnado por Jude Law o el arriesgado pero sobrecogedor final hacen de “A.I. Inteligencia Artificial” una obra maestra quizá no tan reconocida como otras películas de esta lista, pero cuyo visionado es tanto o más fundamental.
 
“Solaris” (Andréi Tarkovsky, 1972). En 1961, el polaco Stanislaw Lem escribió una de las cumbres de la ciencia-ficción literaria. “Solaris” era una novela única y apabullante rematada con unas palabras que provocaban un escalofrío automático en su lector: «No sabía nada, y me empecinaba en creer que el tiempo de los milagros crueles aún no había terminado». Esos milagros crueles nacían de la influencia de un gigantesco océano del planeta Solaris, un inimaginable ente que convertía en realidad los sueños —luego pesadillas— de un Kris Kelvin progresivamente hundido en la desesperación en su estación espacial. Tras una versión para televisión de 1968, el maestro Tarkovsky abordó en su tercer largometraje una adaptación del texto que, como el resto de su cine, resultó en fascinante traducción visual de su radiografía de la condición humana. En 2002, Steven Soderbergh se atrevió con una nueva adaptacióncon George Clooney que fue un fracaso en taquilla y recibió frías críticas.

“Encuentros en la tercera fase” (Spielberg, 1977). La invasión de lo desconocido y su encuentro con lo cotidiano, o lo cotidiano enrarecido por lo extraño, o la rutina de la Norteamérica profunda sometida a un lento proceso de alienación. “Encuentros en la tercera fase” fue el primer contacto de Spielberg con el género, y aún hoy uno de los favoritos entre sus seguidores. Richard Dreyfuss y François Truffaut conformaban un raro tándem preparado para el contacto con vida extraterrestre, cuya clave residía en una secuencia de cinco conciliadoras notas, previas a la invitación de un viaje a otras coordenadas espaciales. 

“Terminator 2: El juicio final” (James Cameron, 1991). Tras su maltratada y poco afortunada ópera prima, “Piraña II: los vampiros del mar” (1981), “Terminator” (1984) marcó el verdadero debut de James Cameron. La cinta no tardó en convertirse en un must del cine de acción de los 80, con una fórmula que no podía fracasar: viajes en el tiempo, Arnold Schwarzenegger como cíborg ejecutor llegado del futuro y unos efectos especiales de los que hacen avanzar la técnica a pasos gigantes. Cameron, que en su siguiente película, “Aliens (El regreso)”, demostró su astucia para reconducir sagas, hizo de “Terminator 2: El juicio final” una secuela tanto o más interesante que su precedente, en la que se reforzaba tanto el tono apocalíptico como sentimental, y Schwarzenegger y Linda Hamilton eran reinventados en sus papeles. Además, las set pieces de esta continuación fueron, de largo, las más impresionantes en una serie de secuelas que luego derivaron hacia la interesante pero inferior “Terminator 3: La rebelión de las máquinas” (Jonathan Mostow, 2005) y la insípida “Terminator salvation”(2009), amén de la serie para televisión “Terminator: las crónicas de Sarah Connor”(2008-2009). Asimismo, de su influencia han surgido otras muchas, herederas más o menos dignas de entre las que cabe destacar la fantástica “Looper” (Rian Johnson, 2012).
 
“Metrópolis” (Fritz Lang, 1927). Mucho antes de que el término sci-fi fuera acuñado, el alemán Fritz Lang ya había imaginado, bajo el signo de la UFA, una distopía en la que la lucha de clases, la tecnofobia y la reivindicación de la humanidad en plena una sociedad mecanizada, eran temas latentes. “Metrópolis” impresiona aún hoy por su envergadura, su factura y su fuerte componente emocional, resumido en su célebre discurso que llama a la mediación del corazón entre el cerebro y la mano. El milagroso descubrimiento en 2010 de metraje perdido amplía la dimensión de esta gran precursora del género que tuvo un remake animado en 2001 de la mano de Rintaro, asimismo inspirado en el manga de Osama Tezuka que Katsuhiro Ôtomo convirtió en guion.

“Abyss” (Cameron, 1989). En la línea de la ciencia-ficción humanista y ecologista, Cameron aportó a finales de los 80 este peculiar blockbuster que parecía llegar a destiempo, y que daba por cerrada una etapa del género en la que Amblin ya quedaba atrás y tras la que la llegada de los 90 iba a abrir nuevos caminos para la superproducción de Hollywood. “Abyss” es la enésima prueba de que a Cameron nunca le tiembla el pulso, y de que el realizador apenas concibe una película en la que no se desafíen a las limitaciones de la técnica o a una sensata propuesta de producción. Y esto deja su huella en la ficción: en la memoria queda el encuentro de Ed Harris y Mary Elizabeth Mastrantonio con el gusano de agua, y bajo la piel el tremendo tour de forcesubmarino sólo equiparable al infernal rodaje.

“E.T. El extraterrestre” (Spielberg, 1982). Quizá sea la mejor representante de sci-fifamiliar de cuantas se incluyen en esta lista, un logro mayúsculo que se convirtió en icono automático y emblema de Amblin. Spielberg hizo del encuentro entre un solitario niño y un arrugado, entrañable extraterrestre con sorprendentes facultades ocultas una de las películas más queridas de todos los tiempos. La banda sonora de John Williams, la bicicleta remontando el vuelo sobre la luna llena y E.T. emborrachándose de cerveza son algunos de los motivos. 

“Regreso al futuro” (Robert Zemeckis, 1985). Lo que ideó Zemeckis era mucho más que un solvente entretenimiento de sobremesa: era un filme de viajes en el tiempo con un guion de acero, una divertida comedia capaz de desmitificar la nostalgia y una precisa pieza de sci-fi que lograba sin despeinarse una iconicidad casi automática, vía sus carismáticos personajes y los rasgos que los definían —Doc (Christopher Lloyd), su bata y sus inventos varios, Marty McFly (Michael J. Fox) y su chaleco— o el que es uno de los coches más deseados del cine —el DeLorean—. Su gran éxito propició dos entregas más, la recomendable “Regreso al futuro II” (1989) y la poco interesante“Regreso al futuro III” (1990).

“Akira” (Katsuhiro Ôtomo, 1988). Obra fundamental del anime y también título imprescindible en esta selección, en “Akira” Katsuhiro Ôtomo adaptaba el monumentalmanga que él mismo había firmado y conseguía un filme único: la expresión hiperbólica, monstruosa de la frustración adolescente en unos jóvenes sin futuro que pasean su rabia por las calles de una metrópoli renacida de sus cenizas. Neo-Tokyo era un escenario colapsado, caótico y de nuevo al borde de la destrucción masiva. Y Tetsuo era el Apocalipsis lógico, el final grotesco que todo se llevaba por delante y que tan bien parodiaron Trey Parker y Matt Stone en un episodio de “South Park” (1997-).

“Contact” (Zemeckis, 1997). Después del mayúsculo éxito que fue “Forrest Gump”  (1994)Zemeckis volvió al género con “Contact”, un ejemplo de marcada vocación realista. Se trataba de un sólido drama que se colocaba en la encrucijada entre religión y ciencia a la hora de preguntarse si había alguien allá fuera, y lo hacía a partir de una novela de Carl Sagan y una consistente Jodie Foster como científica ansiosa por establecer contacto con otros rincones del Universo.

“Ultimátum a la Tierra” (Robert Wise, 1951). En un mundo bipolar, en el momento en el que el miedo y la paranoia invadían una sociedad estadounidense que empezaba a asimilar la posibilidad de un holocausto nuclear, Wise hizo realidad un improbable alegato pacifista que, de paso, consolidaba los comienzos del género de la ciencia-ficción. Michael Rennie/Klaatu era el portador de ese mensaje de paz que se resumía en tres palabras: Klaatu barada nikto, o el ultimátum a un planeta que debía dejar sus rencillas a un lado si quería seguir siendo parte de una tranquila convivencia intergaláctica. En 2008, Scott Derrickson firmaba un mediocre remake con Keanu Reeves en el papel de Klaatu.

“La invasión de los ladrones de cuerpos” (Don Siegel, 1956). La semilla del miedo, sin embargo, ya estaba plantada. Es inevitable hablar de la Caza de Brujas del senador Joseph McCarthy cuando hablamos de la película de Don Siegel, en la que los habitantes de la Tierra se enfrentaban a una invasión que empezaba dentro de ellos mismos y que les dejaba vacíos, sin alma entre el progresivo caos general. La atractiva premisa sería retomada en tres ocasiones más: “La invasión de los ultracuerpos”  (Philip Kaufman, 1978), “Secuestradores de cuerpos” (Abel Ferrara, 1993) e “Invasión”  (Oliver Hirschbiegel, 2007).
 
“La mosca” (David Cronenberg, 1986). Este remake de una película de 1958 —dirigida por Kurt Neumann y protagonizada, entre otros, por Vincent Price— reportó a Cronenberg el que fue el mayor éxito de su carrera. “La mosca” no abandonaba las obsesiones del canadiense por desgarrar, abrir y deformar la carne, al tiempo que se erigía como conmovedora historia de desintegración emocional y física. El propio cineasta hacía un breve cameo como ginecólogo, y Jeff Goldblum conseguía una de las mejores interpretaciones de su carrera como ese desesperado Gregor Samsa que infundía, desde la mirada del monstruo, tanto horror como compasión.

“La cosa” (John Carpenter, 1982). Si hablamos de sci-fi horror, Carpenter y “La cosa” son ineludibles. Remake de la inferior “El enigma… de otro mundo” (Christian Nyby, 1951), el director encerró a un grupo humano en el lugar más aislado de la Tierra —una base científica en la Antártica— con una terrorífica y camaleónica criatura extraterrestre que los despedazaba uno a uno. Escenas como la de la reanimación con desfibrilador o la de la prueba de la sangre son todo un ejemplo de inspiración gore y tensión insostenible que convierten este filme en una de las grandes joyas del género. En 2011 tuvo su correspondiente precuela, firmada por el holandés Matthijs Van Heijningen.
 
“RoboCop” (Paul Verhoeven, 1987). Es quizá una de las más infravaloradas o pasadas por alto, cuando en realidad es uno de los títulos más mordaces, salvajes e interesantes que podemos encontrar en esta lista. ”RoboCop” marcó el salto del holandés Paul Verhoeven al cine norteamericano, en donde extremaría esa gramática de lo grotesco y lo chusco que ya había cultivado en su país de origen, pero que iba a explotar en esta brutal crítica a los estados policiales que tomaba como escenario nada casual la industrializada ciudad de Detroit. Memorable, descacharrante e insólita la secuencia en la que un grupo de altos ejecutivos asiste a la demostración de las habilidades de un robot exterminador.

“La guerra de los mundos” (Spielberg, 2005). A finales del siglo XIX, H.G. Wells firmó uno de sus relatos más célebres, “The war of the worlds”, en el que la humanidad se enfrentaba a una destructiva invasión marciana encabezada por gigantescos trípodes. La historia fue, décadas más tarde, la carta de presentación de un Orson Welles que aterrorizaría a parte de la población estadounidense con su versión radiofónica. En 1953, Byron Haskin la adaptó en la celebrada película con Gene Barry y Ann Robinson, y algo más de medio siglo después, Spielberg haría lo propio en la que sería una de sus más polémicas y discutidas obras. “La guerra de los mundos” era una adaptación oscura y sintomática del malestar respirable en el clima post 11-S, en la que Tom Cruiseera un sacrificado padre dispuesto a dar hasta el último aliento por sus hijos. 

“El planeta de los simios” (Franklin J. Schaffner, 1968). Basada en la novela de Pierre Boulle, “El planeta de los simios” se convirtió en uno de los escasos triunfos del género en la década de los 60. Sin embargo, esta historia protagonizada por Charlton Heston y dirigida por el entonces aún televisivo Franklin J. Schaffner —más tarde realizaría títulos tan conocidos como “Patton” (1970) y “Papillon” (1973)— recibiría una gran acogida por parte de público y crítica, y un Oscar® para John Chambers por sus méritos en el maquillaje. Además, propiciaría una saga con cuatro secuelas más, un remake de Tim Burton y una precuela, “El origen del planeta de los simios” (Rupert Wyatt, 2011). 

“Desafío total” (Verhoeven, 1990). Verhoeven, en su segundo largometraje en Estados Unidos, adaptó a Philip K. Dick con mucha menos gravedad y bastante más socarronería que la que Ridley Scott había exhibido en “Blade Runner”. El director de“Instinto básico” (1992) cogió el relato “We can remember it for your wholesale” y lo convirtió en una deliciosa chifladura pulp en la que Schwarzenegger jugaba a ser un agente secreto en Marte, entre imposibles extraterrestres cuyo diseño mereció el Oscar® para los efectos visuales de Eric Brevig, Rob Bottin y compañía. 

“Starship Troopers (Las brigadas del espacio)” (Verhoeven, 1997). Años más tarde, tras el pelotazo de “Instinto básico” y el batacazo de “Showgirls” (1995), Verhoeven afiló su ironía y su gusto por la provocación para adaptar a Robert Heinlein. “Starship Troopers (Las brigadas del espacio)” era tan brutal como divertida, tan espectacular como irónica en su crítica apenas encubierta al militarismo y el patriotismo exacerbado. El holandés se divertía lo suyo destrozando soldados y absorbiendo sus cerebros —literalmente— con gigantescos bichos. Una diversión que la crítica de entonces no pareció entender, pero que se ha ganado un lugar de culto entre la ciencia-ficción más irreverente.

“Minority report” (Spielberg, 2002). Otra de las grandes adaptaciones sobre Philip K. Dick, Spielberg consiguió en “Minority report” un vibrante y elegante thriller con Tom Cruise que intentaba demostrar su inocencia de un crimen que todavía no había cometido. Spielberg confirió al relato de Dick una fascinante traducción visual que se expresa mejor en las secuencias de John Anderton (Cruise) frente a la pantalla holográfica o en ese reconocimiento ocular que le aplicaba la araña robótica. 

“Gattaca” (Andrew Niccol, 1997). Un futuro perfecto, un mundo feliz en el que el secreto está en la selección natural que permite la genética. En ese contexto, Vincent (Ethan Hawke) es uno de los últimos hombres nacidos de forma natural, y tiene el sueño de ser seleccionado para un programa espacial que requiere a los más preparados, los más impecables astronautas para la misión. A finales de los 90, Andrew Niccol se ganó merecida fama por dos razones: una fue el guion de “El show de Truman (Una vida en directo)” (Peter Weir, 1998); la otra, su debut tras la cámara con esta original propuesta que cuenta con numerosísimos fieles. En la misma línea temática, pero lejos sin aventurarse en diseños futuristas, “Nunca me abandones”  (Mark Romanek, 2010) adaptaba recientemente la famosa novela de Kazuo Ishiguro.   

“Moon” (Duncan Jones, 2009). Sci-fi pequeña, de modesto presupuesto y modesto éxito, “Moon” fue el debut de Duncan Jones, hijo de David Bowie, y un ejemplo estimable de género llegado desde Gran Bretaña. Sam Rockwell pasaba los días encerrado en una base lunar controlada por un ordenador con la voz de Kevin Spaceyque le ponía las cosas difíciles. Fue la triunfadora en la edición de 2009 del Festival de Sitges y precedió a “Código fuente” (2011), segundo y también notable largometraje de Jones que incidía en la ciencia-ficción de cámara y abría estimulantes posibilidades.

“Wall·E (Batallón de limpieza)” (Andrew Stanton, 2008). Pixar imaginó un planeta Tierra lleno de basura y despoblado. Los seres humanos vivían, orondos y acomodados, en gigantescos cruceros espaciales mientras un pequeño robot de limpieza con un parecido razonable a Cortocircuito y mirada entrañable recorría montañas de desechos recogiendo objetos para su colección personal. Y entonces, llegó EVA, y Wall·E se embarcó en una ecológica cruzada por amor que, colateralmente, buscaba concienciar a los espectadores de la necesidad de preservar nuestro planeta limpio. “Wall·E (Batallón de limpieza)” fue un rotundo éxito, uno más de la compañía del flexo, en cuanto a crítica, taquilla, galardones y avances en la animación.

“Tron” (Steven Lisberger, 1982). Nunca fue una gran película, y con el paso de los años ha envejecido mal, Sin embargo, es de obligada mención por su carácter de pionera en la aplicación de diseños de ordenador dentro del cine. Además, es de recibo reconocerle su fascinante proposición de arquitectura visual para el interior de un juego de gladiadores y carreras de motos de luz de las que bien tomaría ejemplo la serie animada “The real adventures of Jonny Quest” (1996) y, por supuesto, la más sofisticada“Tron: Legacy” (Joseph Kosinski, 2010).

Otras odiseas espaciales. En el capítulo de grandes gestas más allá de nuestra atmósfera, es imprescindible la mención a la serie “Star Trek: La conquista del espacio”(1966-1969), referente en el subgénero de la space opera que generó una enorme comunidad de fans y que propició varias series posteriores —una de ellas animada— y hasta 11 películas, que empiezan en “Star Trek: La película” (Wise, 1979) y terminan —de momento— en el reboot “Star Trek” (J.J. Abrams, 2009). Otra adaptación al cine de una serie de los 60, no con buenos resultados, fue “Perdidos en el espacio”(Stephen Hopkins, 1998). Más aventuras espaciales: la de la tripulación de “Pitch Black”(David Twohy, 2000) en un planeta extraño y sumido en la oscuridad —que tendría una secuela, “Las crónicas de Riddick” (Twohy, 2004)—; la de la expedición de “Sunshine”(Danny Boyle, 2007) camino de la reactivación del sol; la encabezada por Leslie Nielsen y Walter Pidgeon en “Planeta prohibido” (Fred M. Wilcox, 1956); la de los astronautas de “Armageddon” (Michael Bay, 1998) en su misión suicida por salvar la Tierra; y la de Clint Eastwood y su colla del Imserso por arreglar un satélite obsoleto, en“Space cowboys” (2000). También, dos viajes a Marte: “Misión a Marte” (Brian De Palma, 2000) y “Planeta rojo” (Antony Hoffman, 2000).

Otros mundos. Esas odiseas espaciales terminan o empiezan, muy a menudo, en mundos extraños morados por civilizaciones increíbles. Toca mencionar en este apartado a David Lynch y su “Dune” (1984), un considerable fracaso en el que el director tenía el encargo de adaptar la novela de Frank Herbert para el productor Dino De Laurentiis. No mucha mejor suerte comercial corrió “John Carter” (Stanton, 2012), superproducción Disney que llevaba al cine el personaje creado por Edgar Rice Burroughs y cuyos resultados en taquilla distaron bastante de lo deseable para la major.“Avatar” (Cameron, 2009), obviamente, es un caso distinto: el filme más taquillero de la historia transcurría en Pandora, hogar de los Na’vi y paraíso natural lleno de misticismo, amor comunitario y conciencia ecológica. Sin necesidad de hacer más viaje que el de atravesar una puerta interestelar, Kurt Russell y James Spader también se trasladaron a otras coordenadas universales en “Stargate: puerta a las estrellas” (Emmerich, 1994), a una  civilización con similitudes con el antiguo Egipto. 

Apocalipsis futuro. No son pocos los títulos que abordan futuros marcados por la destrucción inminente o directamente recurren a un contexto post-apocalíptico en el que el objetivo es —habitualmente— la supervivencia. En este subtipo, la obra de Richard Matheson, “I am legend”, dio lugar a tres adaptaciones cinematográficas: “El último hombre sobre la Tierra” (Ubaldo Ragona y Sidney Salkow, 1964), “El último hombre… vivo” (Boris Sagal, 1971) y “Soy leyenda” (Francis Lawrence, 2007), respectivamente protagonizadas por Vincent Price, Charlton Heston y Will Smith. Otros ejemplos serían“Zardoz” (John Boorman, 1974) o la saga “Mad Max”, de cuyas premisas estéticas tantos títulos posteriores han tomado nota, caso de la desmadrada “Doomsday: El Día del Juicio” (Neil Marshall, 2008). También Kevin Costner, en dos de sus trabajos como director, “Waterworld” (1995) y “Mensajero del futuro” (1997), imaginó un futuro mundo devastado, mientras que Terry Gilliam lo imaginó e intentó corregirlo mandando a Bruce Willis a través del tiempo, en “12 monos” (1995) —inspirada en el cortometraje “La jetée”, de Chris Marker—. En “Hijos de los hombres”  (Alfonso Cuarón, 2006) no había holocausto nuclear ni desastre a la vista, pero la humanidad se sabía en sus últimos días ante la ausencia de nuevos nacimientos. En cuanto al mismo Apocalipsis y su potencial catastrófico —con más o menos elementos sci-fi—, encontramos películas como “Deep Impact” (Mimi Leder, 1998), “El día de mañana” (Roland Emmerich, 2004),“Señales del futuro” (Proyas, 2009) o “2012″ (Emmerich, 2009).

Distopías y opresiones varias. El concepto de distopía tiene su paradigma en novelas como “1984″ de George Orwell, “Un mundo feliz” de Aldous Huxley y “Fahrenheit 451″ de Ray Bradbury. Las tres han sido adaptadas a la pantalla, la primera en la película de Michael Radford, la segunda en un par de versiones para televisión, y la tercera en la conocida adaptación de François Truffaut. Pero el cine está lleno de sociedades distópicas y/u opresoras con variantes múltiples: de “THX 1138″ (Lucas, 1971) a “Los Juegos del Hambre” (Gary Ross, 2012) pasando por “La naranja mecánica” (Kubrick, 1971), “La fuga de Logan” (Michael Anderson, 1976), “Brasil” (Gilliam, 1985),“Perseguido” (Paul Michael Glaser, 1987), “Soldado universal” (Emmerich, 1992),“Demolition Man” (Marco Brambilla, 1993), “Juez Dredd” (Danny Cannon, 1995),“Johnny Mnemonic” (Robert Longo, 1995), “Días extraños” (Kathryn Bigelow, 1995),  “Battle Royale” (Kinji Fukasaku, 2000), “Equilibrium” (Kurt Wimmer, 2002), “Yo, robot”(Proyas, 2004), “La isla” (Bay, 2005), “V de Vendetta” (James McTeigue, 2005), “Death Race: La Carrera de la Muerte” (Paul W.S. Anderson, 2008) —basada en la cintaexploitation “La carrera de la muerte del año 2000″ (Paul Bartel, 1975)— o “Repo Men”  (Miguel Sapochnik, 2010).

(Todavía) más extraterrestres. La Tierra ha sido insistentemente invadida por alienígenas con intenciones poco pacíficas, tal y como mostraron “Independence Day”(Emmerich, 1996), “Mars attacks!” (Burton, 1996), “Señales” (2002), “Skyline”  (Colin yGreg Strause, 2010) y la saga “Transformers”, que Michael Bay sigue estirando sin descanso. A veces, nuestro planeta es un territorio de caza para guerreros galácticos como el de “Depredador” (John McTiernan, 1987), cuyos estragos también se dejaron ver en una secuela, en el crossover “Alien vs. Predator” (Paul W.S. Anderson, 2004) y su continuación “Alien vs. Predator 2″ (Hermanos Strause, 2007), y en esa suerte deremake o variante sobre el argumento que era “Predators” (Nimród Antal, 2011) Otra posibilidad es que los extraterrestres estén ya instalados en nuestro planeta, como infiltrados entre los humanos o como parásitos con mala leche; ahí están títulos como“La masa devoradora” (Irvin S. Yeaworth Jr., 1958) y su remake “El terror no tiene forma”(Chuck Russell, 1988), “Están vivos” (Carpenter, 1988), “The faculty” (Robert Rodriguez, 1998), “El cazador de sueños” (Lawrence Kasdan, 2003) y “Slither (La plaga)” (James Gunn, 2006). Otras veces, se trata de extraterrestres que acaban en lugares insospechados de un mundo que no conocen por mera necesidad o accidente, caso de David Bowie en “El hombre que cayó a la Tierra” (Nicolas Roeg, 1976), Jeff Bridges en“Starman. El hombre de las estrellas” (Carpenter, 1984) o de la criatura de “Super 8″(Abrams, 2011). La saga “Men in black” y la película “District 9″ (Neill Blomkamp, 2009) especulaban con la posibilidad de una armónica convivencia entre humanos y alienígenas, al final siempre malograda por una de las dos partes. Por último, “Esfera”(Barry Levinson, 1998), adaptaba la novela de Michael Crichton y proponía una inusual forma de vida extraterrestre: una esfera hundida bajo el mar que hacía muy reales las pesadillas y miedos de los que se acercaban a ella.

Ciencia-ficción animada. “Akira” y “Wall·E (Batallón de limpieza)” son sólo la punta del iceberg en un formato en el que abunda la buena sci-fi. Entre muchos, muchos nombres rescatamos “Evangelion 1.01 You are (not) Alone” (Masayuki, Kazuya Tsurumaki e Hideaki Anno, 2007) y su secuela “Evangelion 2.0 You Can (Not) Advance” (2009),“Ghost in the Shell” (Mamoru Oshii, 1995) y su secuela “Ghost in the Shell 2: Innocence”(Oshii, 2004), “Paprika” (Satoshi Kon, 2006), “El gigante de hierro”  (Bird, 1999) y “Titan A.E.” (Don Bluth, Gary Goldman y Art Vitello, 2000). También cabe mencionar los experimentos con la animación de “Final fantasy: La fuerza interior”  (Hironobu Sakaguchi y Motonori Sakakibara, 2001) y “A Scanner darkly (Una mirada a la oscuridad)” (Richard Linklater, 2006), esta última basada en un texto de Philip K. Dick.

Pequeñas cosas de ciencia-ficción. Es decir, películas que no se integran plenamente en el género de la sci-fi, pero que contienen elementos, objetos, artefactos que de momento sólo es posible imaginar: “Parque Jurásico” (Spielberg, 1993), “Cube”  (Vincenzo Natali, 1997), “eXistenZ” (Cronenberg, 1999), “¡Olvídate de mí!” (Michel Gondry, 2004) y “Origen” (Christopher Nolan, 2010). También, muchos de los filmes sobre viajes en el tiempo y cintas de superhéroes que incluyen necesariamente elementos de ciencia-ficción, como motores secundarios que impulsan la trama.

Menciones especiales. La ciencia-ficción española no abunda, pero son ejemplares títulos como “Abre los ojos” (Alejandro Amenábar, 1997) —que tuvo su remakenorteamericano, “Vanilla sky” (Cameron Crowe, 2001)—, “El milagro de P. Tinto” (Javier Fesser, 1998), “Los cronocrímenes” (Nacho Vigalondo, 2007), “Extraterrestre”  (Vigalondo, 2011) y “Eva” (Kike Maíllo, 2011). Entre la sci-fi europea, se han hecho un lugar “El quinto elemento” (Luc Besson, 1997) y “Las vidas posibles de Mr. Nobody”  (Jaco Van Dormael, 2009). Y entre la parte del género más minimalista y conceptual, tampoco hay que olvidar películas como “Stalker” (Tarkovsky, 1979), “Código 46″(Michael Winterbottom, 2003) y “The man from Earth” (Richard Schenkman, 2007). En el lado de las parodias, “La loca historia de las galaxias” (Mel Brooks, 1987), “Héroes fuera de órbita” (Dean Parisot, 1999) y “Los Teleñecos en el espacio” (Tim Hill, 1999). Más menciones: la metafísica “La fuente de la vida” (Darren Aronofsky, 2006), el westernespacial de “Serenity” (2005), las carpenterianas “1997: Rescate en Nueva York” (1981) y “2013: Rescate en L.A.” (1996), las míticas “Viaje alucinante” (Richard Fleischer, 1966) y “El chip prodigioso” (Joe Dante, 1987), los insectos gigantes de “La humanidad en peligro” (Gordon Douglas, 1954) —otro exponente del miedo nuclear que ese año también encarnaba el primer Godzilla en “Japón bajo el terror del monstruo” (Ishirô Honda, 1954)—, el terror espacial de “Horizonte final” (Paul W.S. Anderson, 1997) y el vírico de la saga “Resident Evil”, la fantaerótica “Barbarella” (Roger Vadim, 1968), la espectacular —e infravalorada— “Speed Racer” (Hermanos Wachowski, 2008) y la curiosa “Atmósfera cero” (Hyams, 1981) —o “Solo ante el peligro” (Fred Zinnemann, 1952) en una luna de Júpiter—.

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