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jueves, 15 de mayo de 2014

Pensamiento de un hombre sin trabajo



Dicen que el orden de factores no altera el producto, también que los extremos se atraen; pero nada se escucha sobre el que se desdibuja y  descoloca. Nada sobre el anónimo anonadarse. Por todo ello, necesito hacer deporte o, mejor, hacer lo que no se puede hacer, es decir, nada. Prefiero lo segundo porque es más barato y cómodo. No hay que comprar ropa deportiva, ni cumplir horarios. Sólo necesitas televisión, cama y sillón; precisamente las cosas que me regalaron por mi boda. Puede que acabe nihilistícamente  con todos los resortes, también que sucumba a la melancolía; pero dejaré de ser una alcachofa caminante obsesionada por entregar currículos. Seguro que si me entrego sinceramente todo se aclara. No fue así, acaso, como empezaron las grandes pasiones y religiones.

martes, 13 de mayo de 2014

Sangre


Caballos al galope
destronan divinidades
fuera de los puntos cardinales
para así dar pleitesía
a todos mis retoños.

Circuncisión de parafimosis,
escayolada en lo trasplantado,
rompo todos los caminos
de la indigna sociedad culpable,
que ahora condena mis bromas.

Todo el mundo lo tendrá,
picaremos la carne sangrante
con las oscuras iras indispensables
que traen más gusto
a mi ración obrera.

Al salir, la envidia correrá
desnuda en sus dudas
por la vacía calle universal,
para buscar un sumidero
donde despotricar confortable.

La posesión te destronará
de tu latido miserable
cayendo al abismo de mis pesares
donde viven todas mis ganas
aun por ti, en la nada.

Juntos comeremos al nuevo rico,
en los diez mandamientos esfumado,
como cáliz lleno de sangre
en nuestra ávida sed desechable,
igual que el cigarro que apago.

Sociedad aburrida del bienestar
de ti desterrarme no quiero,
pues cada vez me hundo más,
manipulando tus tempestades
para morir en tu mar.

Al final es todo ceniza
del motor al suspenso marchito
durante siglos de risa
en la erosión caliza
que alza el sigilo.

Quedaremos, por ello, desnudos
tú, yo y él con su brillo
de chica de otro barrio
donde se mendigan suavidades
por un trozo de pesar.

Caballos al galope
sobre las ruedas de la fortuna,
las chicas tuercen la cabeza
a tu sarcasmo feroz
de buscar otros golpes.

lunes, 12 de mayo de 2014

Un código secreto


Hay un código en el mundo
que todos descifran
pero nadie comprende,
es el código de culpas
que tengo en mi esqueleto.

Lucho por entenderlo,
pero sin embargo muero
entre tanto tonto penitente
que huye algo roto
ante mi caída concisa.

Puedo buscar en la basura
o en la joyería que es tu rostro,
pero todo está oculto
como si fueras desnuda
y no me excitara tu cuerpo.

Así es de complicado mi entierro
cuando llorabas mi nacimiento
de esas ideas que invaden,
y, pese a todo, nos sometemos
para poder comprenderlo.

Extracto de Tokio Blues (Haruki Murakami)

Incluso ahora, dieciocho años después, recuerdo aquel prado en sus pequeños detalles. Recuerdo el verde profundo y brillante de las laderas de la montaña, donde una lluvia fina y pertinaz barría el polvo acumulado durante el verano. Recuerdo las espigas de susuki balanceándose al compás del viento de octubre, las nubes largas y estrechas coronando las cimas azules, como congeladas, de las montañas. El cielo estaba tan alto que si alguien lo miraba fijamente le dolían los ojos. El viento que silbaba en aquel prado agitaba suavemente sus cabellos, atravesaba el bosque. Las hojas de las copas de los arboles susurraban y, en la lejanía, se oía ladrar un perro. Era un ladrido tan tenue y apagado que parecía proceder de otro mundo. No se oía nada más. Ningún otro ruido llegaba a nuestros oídos. No nos habíamos cruzado con nadie. La única presencia, dos pájaros rojos que alzaban el vuelo de aquel prado, como espantados por algo, se dirigían hacia el bosque. Mientras andábamos, Naoko me hablaba de un pozo.