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miércoles, 21 de septiembre de 2016

Buscando en el pasado: Entrevista a Juan Carlos Pazos

Juan Carlos PAZOS: Considero a la lengua como algo muy importante en la creación literaria
foto-con-libros Juan Carlos PAZOS:  Considero a la lengua como algo muy importante en la creación literaria Juan Carlos PAZOS:  Considero a la lengua como algo muy importante en la creación literaria foto con libros
Juan Carlos PAZOS,  entre sus obras se encuentra un libro de poesía en gallego “Entre falcatruadas e chorros”  Editorial El Taller del poeta, acaba de publicar con la Editorial Poesía eres tú su libro “Claridades de nublan, sombras que iluminan”. Juan Carlos es también novelista con títulos como “Paranoía” y “El libro verde” (esta última de corte autobiográfico).

P.- Muchos  autores que son bilingües dicen que escriben sus poemas en la lengua materna y después lo traducen a la otra lengua. ¿Es ese tu caso? ¿En qué lengua escribes tus poemas?

R.- Considero a la lengua como algo muy importante en la creación literaria. Por otra parte, escribir para mí es un placer. Como domino el gallego y el castellano, la diversión es doble. Sin embargo, no práctico la traducción; quizás porque constituye una vuelta por los mismos caminos. Relacionado con esto está lo que más odio de la narrativa, aunque sea una de sus partes más importante, lo que más odio de la narrativa es la revisión de lo escrito pues la considero como una labor casi artesanal, también una repetición de lo que has hecho. Realmente, un poco más de paciencia artesanal no me vendría mal.

P.- Tu libro está en realidad compuesto por dos poemarios. Claridades que Nublan y Sombras que iluminan, dos títulos con mucho contraste cargados de emoción y sensibilidad.  ¿Podrías explicarnos las diferencias entre dichos poemarios?

R.- En realidad, tratan dos aspectos muy parecidos que se juntan en el desengaño amoroso. Al decir, desengaño amoroso no me refiero únicamente en el amor de persona a persona sino también en el amor a una actividad o a una etapa de la vida. Parece claro que en esa afinidad, en esa obsesión que existe en adorar algo más allá de todas las cosas, los momentos de felicidad o claridad traen dudas o nubes, y en los momentos de oscuridad ves luces, aunque sólo sea por lo vivido. En definitiva, se complementan en la felicidad y en la tristeza, pues como dijo Khalil Gibran ambos sentimientos nacen de la misma fuente.

P.- Escribes también narrativa. La huida es una novela que aún no ha visto la luz y El libro verde se trata de una autobiografía. ¿Encuentras muchas diferencias entre escribir narrativa y escribir poesía?

R.- Depende del libro. En La huida las diferencias son muchas porque es una novela con inicio, nudo y desenlace, en el que se plantean personajes lineales en cuanto a su discurrir en el tiempo; esto provoca una labor de estructuración en la cual no puedes dejar nada suelto. Con el Libro verde en cambio el proceso fue muy similar al de la poesía, pues su génesis apareció como una serie de instantáneas aparentemente desordenadas pero en la cual intento abarcar mediante ese desdibujar una parte de mi vida, una época de trazo desordenada como el libro.

P.- La poesía muchas veces es un encuentro necesario con el ser humano. ¿Es tu poesía un encuentro contigo mismo?

R.- Con los demás a través de mis experiencias, y desde ellos de vuelta a lo que me ocurre en la actualidad, una autentica retroalimentación que me impulsa en esta gran aventura que es el crear ritmos a través de las palabras.

P.- Muchos artistas dicen que cuando crean pasan por un proceso de diferentes estados de ánimo. Se habla mucho de esa personalidad de los artistas. ¿Pasas por esos procesos?

R.- En mi caso escribir es un auténtico caos en el que te olvidas de todo y pasas de arriba abajo en menos de una estrofa. Sí, realmente sufro y disfruto con estos cambios de estado que mencionas.

P.- Para terminar. Nos puedes decir ¿cuáles son tus autores favoritos?.

R.- Son muchos y varían con los años. En la actualidad, disfruto mucho con Jhon Ashbery y Luis García Montero. En épocas de crisis (no como la actual sino espiritual) leía hasta la locura a William Blake (preferentemente su libro Milton) y a Leopoldo María Panero. También me gustan los clásicos del siglo XX tipo Juan Ramón Jiménez, Pablo Neruda u Octavio Paz. Realmente soy muy convencional, también para las novelas en las cuales me inclino por las norteamericanas, por mucho que sean denostadas por cierto sector antinorteamericano.

martes, 20 de septiembre de 2016

Richard Brautigan: ascenso y caída de un escritor en la era de acuario


La pesca de trucha en América se sigue leyendo en todo el mundo y es, al día de hoy, un libro de culto que reúne a lectores en una suerte de cofradía. Brautigan no es para cualquiera: deja más preguntas que respuestas; desconcierta, pero también seduce.
Spanish translation of Brautigan's 'Trout Fishing in America' - La pesca de la trucha en América - Backie Books, Barcelona, 2010 - Translator: Pablo Álvarez Ellacuria - Illustrator:     Anders Nilsen - ISBN: 9788493736255 - Excerpt available on website:
http://www.letraslibres.com/espana-mexico/literatura/richard-brautigan-ascenso-y-caida-un-escritor-en-la-era-acuario

I
Hay una asociación de lectores de Richard Brautigan allá afuera. Se reúnen en un arroyo o riachuelo a leer sus poemas. Beben Kool-Aid y, cuando terminan, suben a sus coches y se van de fiesta. Indefectiblemente todos regresan a casa donde, en algún momento, vuelven a ver alguno de los libros de Brautigan en los que aparece en portada con distintas mujeres.
Uno de ellos se llama Trout fishing in America (La pesca de trucha en América). La portada tiene una fotografía tomada en la plaza Washington Square, en San Francisco. Brautigan parece una mezcla de hippie y soldado confederado –su bigote tapa las comisuras de sus labios y viste un abrigo grueso hasta las rodillas. Tiene las manos en los riñones, como si fuera a sacar de su espalda algún revólver.
La foto fue tomada en 1966. Hoy Brautigan está muerto. La pesca de trucha en América, por su parte, enseña inglés en Japón –antes de esto quería ser piloto– y da conciertos en Arkansas. Tal vez desee ser enterrado en Washington Square, aunque esto es imposible. No pesca, por supuesto.
II
Richard Brautigan nació en Tacoma, Washington, en 1935. En medio de la Gran Depresión, su niñez estuvo marcada por la pobreza. Tuvo, al menos, tres padres adoptivos y una infancia itinerante en la costa Oeste.
Comenzó a escribir poemas desde muy temprana edad. De acuerdo a su hermana, pasaba las noches escribiendo en la oscuridad mientras que, de día, realizaba cualquier trabajo que le dejara algo de dinero. En 1955, a los veinte años, se enamoró de una chica a la que le dio a leer sus poemas. Tal vez ella fue su primera lectora o la primera, al menos, que se animó a criticar su poesía. Brautigan quedó deshecho. Corrió a la estación de policía y pidió que lo arrestaran. “Pero no has hecho nada, chico”, contestaron. Salió de ahí, tomó una piedra y la arrojó por la ventana. Pasó una semana en la cárcel y luego fue trasladado al Hospital Estatal de Oregon[1]. Era la navidad de 1955. Nadie lo fue a visitar. Nadie, siquiera, se enteró que estaba ahí.
Tres meses después salió y se mudó a San Francisco para convertirse en escritor. Llegaría entre dos momentos clave: la mítica lectura pública de Howl por Allen Ginsberg (1955) y la publicación de On the road de Jack Kerouac (1957). Su primera publicación fue The return of the rivers, un poema escrito en dos partes, impreso y doblado como un volante y envuelto en un papel negro sellado por Inferno Press. Siguieron tres volúmenes más de poesía antes de su primera novela, A confederate general from Big Sur, libro que tuvo un éxito moderado. Sobre esta transición de la poesía a la narrativa, Brautigan explicó: “escribí poesía por siete años para aprender a escribir una frase. Usé a la poesía como una amante, pero nunca la convertí en mi esposa. He tratado de escribir poesía que llegue a las cosas difíciles que hay en mi vida, el tipo de cosas que solo se pueden contar a tu señora.”
Esas cosas fueron su infancia[2]. Los inicios de Brautigan como escritor parten de la desesperación pero, asombrosamente, no siguen esa ruta. Influenciado por Thoreau, Twain y Whitman, su obra se decanta por la naturaleza, la inocencia y el humor. No fue sino hasta la publicación en 1967 de La pesca de trucha en América, obra que alcanzaría dos millones de ventas, que Brautigan se convirtió en un autor reconocido.
Tres años después estaba en la cúspide: había ganado becas y residencias artísticas, sus textos de publicaban en la revista Rolling Stone y sus libros se comentaban en todas partes. La revista LIFE, incluso, publicó un reportaje sobre el súbito culto alrededor de su obra.
Brautigan aprovechó esta época para cultivar una personalidad extravagante. Se separó de su esposa y comenzó a tener problemas de insomnio y paranoia. En su única fiesta de cumpleaños evitó soplar las velas, aludiendo que se apagarían solas por ser la era de Acuario. Rehusó cualquier aparición pública y se aisló en un rancho en Montana en 1973, donde se dedicó a beber, pescar y disparar su escopeta. Publicó tres libros que recibieron malas críticas, incluyendo una novela sobre Japón que lo hizo establecerse ahí por un tiempo. En 1976 conoció a Akiko Nishizawa, su segunda esposa, pero la relación duraría poco: para 1980 Brautigan se habría divorciado de nuevo.
III
Considerada por muchos como una de las obras más originales del siglo XX estadounidense, La pesca de trucha en América generó comentarios como “no hay dos personas que puedan ponerse de acuerdo sobre el tema del libro” o “en 1962 el señor Brautigan mandó el libro a Viking Press. Me entero por los reportes que no versa sobre la pesca de truchas”.
Es difícil decir que La pesca de trucha en América es una novela, al menos no bajo una definición convencional. No hay una historia ni cronología. Los dos personajes principales son el narrador y La pesca de trucha en América, cuya presencia adquiere a momentos el grado de celebridad.
Lawrence Ferlinghetti, poeta beat, editor y fundador de City Lights, juzgó la obra de manera severa: “como editor, me quedé esperando que el trabajo de Richard madurara. Nunca me interesó la escritura linda o adorable. Brautigan nunca podría convertirse en un escritor importante –como Hemingway– con ese tono infantiloide. Esencialmente, su estilo era ingenuo, era un estilo basado en una percepción infantil del mundo. El culto hippie era también esto. Supongo que Richard fue el novelista que los hippies necesitaban en una época analfabeta”.
Pero el texto se resiste a ser encasillado en estos términos: cada capítulo es una postal que refleja una imaginación desbordante, destellos de un mundo personal formado a partir de un puñado de recuerdos iluminados con una luz poética rara y, a momentos, absurda. Encima hay una gran dosis de humor que, para muchos, constituye el mayor triunfo de la novela. El resto es inapresable.
Tal vez por esto la imagen de la pesca de truchas sea tan relevante: en el capítulo “Trout Fishing on the Street of Eternity” Brautigan, después de hablar de las calles de Guelatao, Oaxaca, narra cómo encuentra el diario de Alonso Hagen, un pescador que dejó escapar 2,231 truchas en siete años. “Con toda su frustración –reflexiona Hagen–, creo que fue un experimento interesante de pérdida total.” Tratar de apresar algo es perderlo. He aquí una definición de la literatura.
IV
Toda la popularidad de Brautigan se evaporó en el transcurso de una década. Hay anécdotas penosas que cuentan cómo, al final de su carrera, fue ignorado en lecturas o despreciado por mujeres en bares de San Francisco. Borracho, pedía dinero prestado y firmaba pagarés con un pez diciendo que eran “trout money”[3] o aparecía de madrugada en casa de sus amigos demandando un trago.
En 1982 publicó su última novela, So the wind won’t blow it all away, pero fue ignorada por la crítica y los lectores. Su agente, poco después, le pidió que no le enviara nada más. Cansado de San Francisco, se mudó a Bolinas, California, en 1984. Una noche, su amiga Marcia Clay le llamó por teléfono y Bratigan le preguntó si le gustaba su mente. “Sí, Richard. Tienes la habilidad de brincar de adentro hacia afuera en cualquier espacio. No es un pensamiento linear. Es excitante, catalítico, azaroso”, le contestó. “Te voy a leer algo”, dijo Richard.
Marcia quedó de llamar de nuevo, pero diez minutos después nadie contestó el teléfono. Brautigan se había disparado en la cabeza[4] con una Winchester Western Super X .44 Magnum. Lo encontraron seis semanas después de su muerte. Su cuerpo, durante el proceso de descomposición, dejó su sombra estampada sobre el suelo.
V
El primer poema de Brautigan, The Light, fue publicado en el periódico escolar a sus quince años. Habla sobre la esperanza en medio de la desilusión: “Where the wind is the cry of the / suffering / There came a glorious saving light / The light of eternal peace / Jesus Christ, the King of Kings[5].
Brautigan no encontraría esa gracia cristiana, aunque sí una especie de salvación a través de la literatura: La pesca de trucha en América se sigue leyendo en todo el mundo y es, al día de hoy, un libro de culto que reúne a lectores en una suerte de cofradía[6]. Saben, al leerlo, que Brautigan no es para cualquiera: deja más preguntas que respuestas; desconcierta, pero también seduce. Es como el nado errático de un pez: hermoso, poético, pero incapaz de sostenerse entre las manos.




[1] Donde fue diagnosticado como esquizofrénico-depresivo y tratado con terapia eléctrica.
[2] A sus nueve años fue abandonado junto a Bárbara, su hermana, en una habitación de hotel. Vivieron de la caridad al menos unas semanas hasta que ella regresó.
[3] Dinero trucha. En inglés, además, es un juego de palabras que puede sonar como “dinero verdadero (true)”.
[4] Regresan a mi mente las palabras de David Foster-Wallace, otro suicida: “Piensen en el viejo cliché de la mente es un excelente sirviente pero un terrible amo. Este cliché, como tantos otros, tan poco excitante y banal en la superficie, expresa una gran y terrible verdad. No es para nada una coincidencia que la mayoría de los adultos que cometen suicidio con armas de fuego se disparan en la cabeza. Le disparan al terrible amo.” Curiosamente, Brautigan estaba dentro del syllabus de Foster-Wallace en Harvard.
[5] “Donde el viento es el llanto / de los que sufren / Viene ahí la gloriosa luz salvadora / La luz de eterna paz / de Jesucristo, el Rey de Reyes”
[6] Gracias a Blackie Books, disponible también en español.

La mejor novela española de los últimos cincuenta años


Publicado por
http://www.jotdown.es/2016/08/la-mejor-novela-espanola-los-ultimos-cincuenta-anos/ 
Juan García Hortelano, Carlos Barral, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Isabel Mirete, Salvador Clotas y J. M. Castellet, 1979. Fotografía cortesía de Planeta de Libros.
Juan García Hortelano, Carlos Barral, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Isabel Mirete, Salvador Clotas y J. M. Castellet, 1970. Fotografía cortesía de Planeta de Libros.
1. Los rivales
Dar premios es fácil, lo complicado es que nos pongamos de acuerdo en los elegidos —como los trabajadores de la tienda de discos de Alta fidelidad, que componían listas en torno a los criterios más disparatados— y, si bien no existen razones para que los libros, los discos, las pelis, compitan entre sí, aunque no exista tal cosa como «La mejor novela española de los últimos cincuenta años», supongo que hacen falta de vez en cuando carteles, anuncios de neón, campanadas. Quién teme al premio feroz, me pregunté una vez, cuando en principio solo parece haber ventajas en los concursos: ganan los premiados, los medios tienen un estupendo evento informativo, la editorial consigue la carta de la promoción, los lectores escuchan nuevos nombres. Los únicos que pierden, claro, son los no premiados, qué tontería más obvia, pues esta falta de reconocimiento público se convierte en ocasiones en causa de ostracismo editorial, criba de lectores o, peor aún, un progresivo silencio literario según pasan los años.
A la hora de seleccionar el título de este artículo, yo ya había decidido mucho tiempo antes, sin pasar por ningún complejo sistema de selección, cuál era, a mi juicio, la mejor novela española de los últimos cincuenta años («española» se usa aquí solamente con su valor de gentilicio, por supuesto). Hice trampas, pues. Mi objetivo no es la tiranía de los nombres —la jerarquía en la literatura es absurda—, sino conseguir su atención sobre esta novela, que hablemos de por qué es excepcional y merece más lectores, aunque hayan pasado cuarenta y cuatro años desde su publicación. No hace falta consenso, al fin y al cabo: esto no es una lección de anatomía, solo juegos de palabras.
Para aligerar la trifulca, para que este texto no fuera un repaso al canon de los últimos cuarenta años, por el que aún tiene que pasar tiempo, me he centrado en los grandes títulos de los sesenta (solo a partir de 1966) y setenta, el periodo de la gran eclosión de la narrativa española a mi juicio, impulsada por el boom editorial de la narrativa latinoamericana, y las décadas de la gran transformación social y cultural de la Península.
Empecemos con los santones. Tiempo de silencio de Luis Martín Santos, quizá la novela más radical estilísticamente publicada en los sesenta en España, se queda fuera del debate porque su primera edición es de 1961; Cela publicó durante esas décadas dos de sus novelas más reconocidas, San Camilo, 1936 (1969) y Oficio de tinieblas 5 (1973); Miguel Delibes, mucho más prolífico, publicó entre otras la famosa Cinco horas con Mario (1966; Las ratas es de 1962). Cualquiera de estas merecería el título, supongo, pero ya hemos dicho que a los consagrados no les hace falta más publicidad gratuita, así que, ¿para qué seguir? Además, creo ya haber insinuado lo suficiente que este premio obedece a mi falible criterio, y la verdad es que ni Cela, que es un prodigioso maestro de la lengua castellana, ni Delibes, un narrador nato con un prodigioso oído para el castellano, están entre mis clásicos personales. A cada cual, lo suyo, que decía Sciascia.
Una de las que puntúan más alto de aquellos años para mí es Parte de una historia (1967), de Ignacio Aldecoa, la última novela de su autor antes de su muerte en 1969. Me sorprende que no sea más conocida: prodigioso relato ambientado en una isla de pescadores cercana a Isla Mayor (trasunto ficticio de Lanzarote), está escrita en una prosa cuidadísima, afilada como un cuchillo, que no cae nunca en topicazos retóricos ni en simplicidades. Más famoso como cuentista, Aldecoa demostró con Parte de una historia que dominaba el género de la novela (corta) con una soltura apabullante. Lo que acaso se viera en algún momento como defecto (es una especie de diario de viaje y, por tanto, se sale del realismo social imperante) se ha convertido en una de sus grandes virtudes: una novela sobre el destino inevitable (el individual y también el colectivo) contada con atmósferas de trazos opresivos y nítidos.
La novela galardonada más previsible sería Si te dicen que caí (1970), de Juan Marsé, quizá la mejor novela de los últimos cincuenta años si esto fuera la lista de un jurado académico y no la de un solo lector. Después de haber publicado varias novelas magníficas, Marsé decide dejarse la piel en esta y darlo todo. Aquí, con una prosa en su plenitud, está concentrado el microcosmos de su literatura: la necesidad de la invención y del juego conjugada con la recuperación de la memoria, a menudo también recreada y ficticia; los personajes desamparados, los buscavidas, los que pelean por saber quiénes son; y, sobre todo, un narrador portentoso que fabula entre los recuerdos y la ficción, entre la ilusión de la fuga y la realidad más descarnada de la posguerra. A Marsé, en cualquier caso, no le faltan lectores ni reconocimiento, labrado con un largo historial narrativo, así que sigo pensando que el premio le hace falta más al otro.
Imagino que también debería entrar en la disputa cualquiera de las novelas de Benet de este periodo, Volverás a Región (1967) y Una meditación (1970), aunque yo tengo debilidad por esta última, con esa frase de una musicalidad hipnótica con la que empieza: «De entre todas las quintas de la vega del Torce, al norte de Región, la de mi abuelo, con ser de las más modestas, era una de las mejor emplazadas». Maravillosa descomposición del hilo narrativo, con una voz que juega a la digresión constante y a las oraciones interminables, Una meditación es una piedra de sol de nuestra lengua, menos reconocida de lo que se merece, pese a que a mi juicio pierde por KO contra la ganadora si se valoran otros factores que debe tener una gran novela, como olfato para rebuscar en la basura y ahondar en el corazón de los humanos. A Benet, el grand style, como él siempre reivindicó, le pierde, para bien y para mal.
De las que he leído de Francisco Umbral, otra bestia parda de los setenta, la que más me impresionó con diferencia fue Mortal y rosa (1975), un bellísimo artefacto a medio camino entre el diario, el libro de apuntes y el ensayo literario. Curioso que sea el libro que mejor ha sobrevivido al prolífico Umbral, un estilo más que un narrador, quizá porque las páginas escritas a raíz de la muerte de su hijo pequeño están escritas con una rabia contra la literatura que trasciende la retórica y el jugueteo verbal que tanto encandilaba a Umbral. Además, un libro a veces se cruza en nuestra biografía, tiene el peso de una amistad o de un suceso, y adquiere un valor de lupa desde la que mirar los placeres y los días; en mi caso me pasó con Mortal y rosa, así que no soy, no puedo ser, neutral con él.
¿Y Goytisolo? El eterno desplazado, el más secreto, pese a ser un inmenso dotado para los vericuetos de la lengua, Goytisolo lleva años haciendo una obra rigurosa, encarnada en la libertad de la poesía más que en la narración. De los setenta es nada menos que la trilogía del mal, que incluye esa belleza llamada Reivindicación del conde Don Julián (1970), de la que solo recuerdo, sin embargo, la espesura de los signos y un viaje, bastante solipsista, hacia uno mismo. Altamente recomendable para lectores escogidos. No es mi caso, me temo.
Por cierto, que en 1975 se publicó La verdad sobre el caso Savolta, de Eduardo Mendoza, de la que alguien ha dicho que es la gran novela de los últimos cuarenta años. Yo, en cambio, que leí en la adolescencia El misterio de la cripta embrujada (1978), y guardo esa lectura como un tiempo de felicidad absoluta, me he quedado a medias con La verdad varias veces. Prometo volver.
Y, en fin, seguro que hay muchos otros, todos grandes, que ahora no me vienen a la cabeza o que a lo mejor no he leído, que es lo más probable, pero, después de todo, esto ya estaba decidido de antemano: de estos años prodigiosos para la literatura española, la más grande, la más ambiciosa, la que sacó todo el talento que llevaba su autor dentro, es El gran momento de Mary Tribune, de Juan García Hortelano. No me digan que no estaba cantado.
2. Juan
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Juan García Hortelano, el editor Jaime Salinas y Mario Benedetti, 1982. Fotografía cortesía de Alfaguara.
El premio Biblioteca Breve por su novela Nuevas amistades (1959) permitió que el nombre de un jovencísimo autor madrileño, funcionario de la Administración, comenzara a sonar en los círculos literarios y editoriales. ¿Quién era aquel tipo bajito, tan serio y formal, del que dijo Carlos Barral aquello de «le hemos dado el premio a un guardia civil»? Pese a los dichos, la literatura es menos un oficio que una revancha y ahí apareció Juan García Hortelano para demostrar que merece la pena partirse la cara hasta el final.
Primero vino el trabajo concienzudo. Cuando se le concede el Biblioteca Breve a su primera novela publicada, Hortelano ya tenía varias terminadas en el cajón, una de las cuales incluso fue finalista del Premio Nadal, todas inscritas dentro de eso que llamamos «realismo social», por lo que era difícil predecir lo que vendría trece años después. De hecho, Nuevas amistades es una buena novela, un paisaje humano de la sempiterna lucha entre la realidad y el deseo, acentuada si acaso por el ahogo vital de la posguerra, pero no es una obra maestra ni por asomo. Relato de método, heredera talentosa de las técnicas del realismo literario imperante (que Ferlosio había sublimado en El Jarama en 1956), en Nuevas amistades ya se nota la ternura y empatía de su tono, lejos de los personajes usados como símbolos ideológicos de otros autores. Desde luego, esa mirada introspectiva suya va a caracterizar su obra, y el lastre costumbrista de algunas páginas va a desaparecer completamente en el último tercio de Nuevas amistades, a mi juicio el mejor, cuando la voz está enfocada en un espacio dramático muy concreto —los jóvenes encerrados en una casa de campo matando el tiempo mientras en una de las habitaciones una chica, convaleciente por culpa de un aborto ilegal, tal vez muera— y lo narra minuciosamente, sin prisas, con pasión por los detalles más vivos.
Solo tres años después, Hortelano sorprendería con su soberbia Tormenta de verano, que se alzó con el Premio Prix Formentor, una especie de gran lanzamiento editorial impulsado por varios editores europeos. Es impresionante la rapidez con la que Hortelano dio un salto adelante en su narrativa: narrada en primera persona (una decisión fundamental), Tormenta de verano se vuelve una introspección sobre la vida de la pequeña burguesía, igual que Nuevas amistades, solo que en esta ocasión se narra desde dentro, sin juicios externos, y su protagonista deambula entre la vida en la urbanización privada en la costa en la que está pasando el verano (donde se mueve con su familia y amigos) y las escapadas al pueblo costero, que le atrae con sus peligros y tentaciones. De nuevo, como en su primera novela, los conflictos individuales, los líos amorosos de los personajes, sus derrotas personales, su desorientación y su incapacidad para escapar de sus ataduras sociales, son más importantes que el cuadro ideológico.
Y de repente, tras alcanzar fama y lectores, Hortelano entró en un silencio editorial de casi una década. Publicó en el entreacto, es cierto, un excepcional volumen de relatos, Gente de Madrid, en 1967, en el que ya da muestras de que está experimentando con voces y estilos, que no se conforma con las técnicas desplegadas en sus novelas; al tiempo comenzó a circular el rumor de que estaba trabajando en una gran novela, en un texto largo con el que imprimir un nuevo tour de force a su narrativa.
Pasan los años y aquel texto no sale a la luz. A Hortelano no parecía inquietarle su desaparición de la escena pública, y seguramente ese es el único secreto, el tiempo que le dedicó, el que explica que en 1972, nueve años después de Tormenta de verano, Juan García Hortelano publicara una tragicomedia de casi ochocientas páginas narrada por un protagonista vividor, mordaz y alcohólico, y escrita con una prosa deslumbrante, plagada de ironías y juegos de palabras, trabajada hasta la extenuación. En lugar de los dramones literarios de su generación, Hortelano había conseguido con El gran momento de Mary Tribune convertir el desencanto en una orgía divertidísima de la lengua.
3. El gran momento (spoilers incluidos)
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Imagen: Círculo de Lectores.
La primera parte de El gran momento de Mary Tribune comienza con un in medias res resacoso: los amigos del narrador han llegado a su casa para el aperitivo del sábado; no saben que en una de las habitaciones duerme Mary, una norteamericana que conoció a última hora de la noche. Al fin consigue echarlos a todos y quedarse a solas con la extranjera. Comienza entonces, espoleado por la aparición de esta mujer singular, un viaje de varias semanas a la rutina del protagonista, rebosante de alcohol con su cuadrilla de amigos o a solas, salidas nocturnas, ligoteos, escapadas intempestivas, desilusiones, apariciones en el trabajo tedioso en el Ministerio y los encuentros y desencuentros con Mary y otras mujeres varias, desde su otra amante (la mujer de uno de los amigos de la pandilla) hasta las que se se van cruzando en sus noches y días. Esta primera parte de la novela deben de ser, más o menos, unas quinientas páginas, pero tan marcadas por el humor y un estilo ingenioso y juguetón que no aburren jamás, o al menos al que esto escribe. Leer Mary Tribune se parece mucho a hacer compañía a su protagonista, con la narración exhaustiva de sus despertares, desayunos, baños, conversaciones desopilantes y demás, por lo que es una especie de diario en el que la repetición de los actos cotidianos se combate con el fulgor verbal de su narrador. La magia de la literatura se llama eso.
La segunda parte de la novela (que se publicó en otro volumen en su primera edición) transcurre tras una elipsis temporal de varios meses y un salto también en el espacio, porque su protagonista ha trasladado su residencia a una casa en la sierra madrileña, donde ahora convive con otra mujer. Esta parte, unas doscientas páginas para narrar apenas dos días, tiene un tono distinto a la primera: si esta traducía en un estilo torrencial y a veces delirante la afición de su protagonista por el alcohol, a la segunda parte le corresponde un tono mucho más sosegado y melancólico, como le toca a un narrador empeñado en dejar la bebida y enderezar su vida. De fondo, en ese paisaje rural de invierno en que trascurre la acción, aparece la sombra de Mary, que desapareció de la vida del narrador tras unas cuantos desencuentros dolorosos. Que el enamoramiento, o simplemente el deseo, es el punto de fuga para el desencanto de su protagonista es una de las claves de la novela, desde luego.
Al final, Hortelano escribió, no sé si con una intención deliberada o, como pasa con algunas novelas, por resultado de una historia que se le fue imponiendo, un texto sobre personajes que pululan por un Madrid «absurdo, brillante y hambriento», que decía Valle, solo que con un hambre no de alimentos sino de sentido, de vida con un fin o una ruta, perdidos como están en un mundo sin aspiraciones. Individuos desorientados, felicidades minúsculas, ansia por vivir, placeres cuyo límite se agota en un solo día. Lo que ni Marsé, ni Benet, ni Umbral habían hecho, Hortelano lo consiguió: contar con una prosa ácida el viaje a ninguna parte de una España resignada, no porque no queramos tener memoria (que también), sino porque el presente concedido es insulso. Dulce la sal, que decía Mario González Suárez.
Misteriosamente, y aunque El gran momento de Mary Tribune tuvo cierto éxito comercial en su momento, dejó de sonar con los años, y más aún tras la muerte de Hortelano en 1992, quien prácticamente había dejado ya la ficción (aunque su último libro es de 1990, una novela erótica publicada con seudónimo, Muñeca y Macho, ocho años después de Gramática parda). Mi hipótesis que explica esta indiferencia de la crítica y los lectores reside, más que en la extensión de su novela, en aquello que decía alguien, creo que Nabokov, de la ridiculez de los «grandes temas», los cuales siguen pesando a la hora de confeccionar el canon literario: El gran momento de Mary Tribune es una farsa sobre un mujeriego borrachín, un enfoque difícilmente asumible por parte de cierto establishment y sus acólitos. Una pena, la verdad. Cualquier tema, en manos habilidosas, como demostró Hortelano, es carne para la gran literatura, pues El gran momento de Mary Tribune es uno de esos libros que, más que leer, se vive. Se puede decir de pocos.
Hace un año busqué un ejemplar de Nuevas amistades para llevármelo a Panamá. Imposible. Ya no se reedita. Tampoco los cuentos completos o Gramática parda.
Ni siquiera El gran momento de Mary Tribune.
Ahí fue cuando comencé a pensar en escribir este artículo.

El reflejo de la memoria





Cada día que pasa menos pienso
en todos aquellos tiempos
huidos pero ciertos,
aunque sólo fuera en la imaginación
de un niño y su perro
que ladra a la Luna, y me temo
que ya sin entenderlo.

Cada día que pasa es un infierno
agrio pero tierno
como un huevo podrido
que como sin saberlo.
La polución contamina,
de resortes lastimeros,
arde como la gasolina del último guía;
pero qué voy a hacer, prisionero
de la Luna todavía,
orgasmo, dolor lastimero
que es esta noche sin vida.

Lucho con lo que invento,
pido ayuda, tiemblo
con el frío de los huesos,
y rompo la rima
para intentar otra con el nuevo día;
catarsis, odio inconcreto
que a ti te entrego cuando puedo
que es siempre y no volvía.



 


martes, 6 de septiembre de 2016

lunes, 5 de septiembre de 2016

Dickens, mago de las descripciones

Stryver acompañó a su amigo hasta la escalera, llevando una vela en la mano para alumbrarle, pero ya se filtraba la luz del día a través de las sucias ventanas. Cuando Sydney salió de la casa el aire era fresco, el cielo estaba sombrío, el río tenebroso y la calle desierta. El aire de la mañana levantaba nubes de polvo, como si a lo lejos estuvieran las arenas del desierto.
Lleno de fuerzas que despilfarraba y en medio de un desierto como parecía la ciudad a aquella hora, ante aquel hombre se ofreció el espejismo de honrosa ambición, austeridad y perseverancia. En la encantada ciudad de su visión había hermosas galerías espléndidas, desde las cuales lo miraban los amores y las gracias, y había también jardines en que maduraban los frutos de la vida, y las aguas de la esperanza brillaban ante sus ojos. Pero un momento después la visión desapareció, y encaramándose a su alta habitación en una especie de pozo de viviendas de casas, se echó sin desnudarse en la descuidada cama y mojó la almohada con sus lágrimas.
El sol se levantó tristemente, pero salió sobre una noche no más triste que aquel hombre dotado de talento y de buen corazón, incapaz de dirigir convenientemente sus cualidades, incapaz de ayudarse a sí mismo y de conquistar la felicidad, aunque se daba cuenta de que cada vez se hundía más y más y por fin se abandonaba a su lamentable destino.

Charles Dickens

Historia de dos ciudades


¿Es Banksy un componente del grupo Massive Attack?

Los murales del misterioso artista han aparecido justo en lugares donde actuaba la banda británica

02.09.2016 | 16:43
¿Es Robert del Naja (a la izquierda en la foto) Banksy?
¿Es Robert del Naja (a la derecha en la foto) Banksy?
Banksy vuelve ser el centro de todas las miradas. Nadie conoce la identidad del misterioso artista y los rumores se disparan cada vez que se descubre uno de sus admirados murales. Una nueva teoría, que ha revoluciondo las redes sociales, relaciona a Banksy con la banda británica Massive Attack.
Una concienzuda investigación realizada por un estudiante de 31 años del Reino Unido, de nombre Craig Williams, ha encontrado numerosas coincidencias entre el grupo de Bristol y el escurridizo artista.
Según Williams, la aparición de obras del artista callejero coinciden con actuaciones de Massive Attack en el lugar. Así sucedió, por ejemplo, cundo la banda tocó los días 25 y 27 de abril de 2010 en San Francisco y cuatro días después Banksy admitía la autoría de seis murales en la ciudad californiana. Lo mismo ocurrió tras los shows en Toronto una semana después y en Boston varios meses después.
Williams apunta al líder del grupo Robert '3D' del Naja, que además pinta. Otras coincidencias apuntadas por este joven son que tanto la banda como el artista se dieron a conocer en la misma época, que ambos son originarios de Bristol y que sus ideas políticas son similares.

http://www.laopinioncoruna.es/cultura/2016/09/02/banksy-componente-grupo-massive-attack/1103017.html

«No respires»



«No respires», un potente artefacto de terror... ciego

El director uruguayo Fede Álvarez opta por restringir la palabra para dar prioridad al sonido y a la música


05/09/2016 05:00
No es que el fulano al que tres chorizos asaltan en su casa sea un invidente al que ponen en apuros. Es que, además, el director uruguayo Fede Álvarez opta por restringir la palabra para dar prioridad al sonido y a la música (obra de Roque Baños, tan efectiva como efectista), de modo que el crujir de una tabla, la rotura de un cristal, la respiración inevitable y el ruido de un disparo se integran como parte fundamental del horror y del suspense, redondeando a No respires como un potente artefacto de terror. Tampoco resulta ajena al mérito la fotografía (es de noche y por momentos se corta la luz...) del también uruguayo Pedro Luque. Fiel a una de las exigencias del género, sus maneras serie B y un presupuesto tirando a bajo (no llegó a los diez millones de dólares, ya recuperados con creces en el mercado local), incluye planos de exteriores en Detroit y rodaje de interiores en estudios húngaros, en donde recrearon la casa protagonista.
Como era previsible, el guion de Fede Álvarez (escrito con Rodo Sayagues, su colaborador habitual) no puede evitar las situaciones ridículas e inverosímiles, junto al tópico del villano indestructible (muy convincente Stephen Lang), pero las mantienen en niveles asumibles, evitando que canten en exceso porque prima el suspense. La única credencial previa de Álvarez era su muy irregular ópera prima del 2013, el remake de un referente del cine ochentero, Posesión infernal, que realizara Sam Raimi a comienzos de aquella década. Con Raimi reconvertido aquí en su avalista como productor, la trama parte de una situación tan convencional como la de sisar a un ciego que vive solo. Se dice que guarda una buena cantidad de pasta procedente de la indemnización por la muerte en atropello de su única hija. Pero el tipo resulta ser un cabronazo supino, además de veterano de guerra. El núcleo de la acción será el dramático tira y afloja de los asaltantes con el inquilino. Como ejercicio de estilo no admite reproche, que a más no aspira. Lástima esa manía de abrir las puertas a una hipotética secuela.

«NO RESPIRES»
EE.UU., 2016.
Director: Fede Álvarez.
Intérpretes: Dylan Minnette, Jane Levy, Stephen Lang, Daniel Zovatto, Sergej Onopko, Jane May Graves, Jon Donahue, Katia Bokor, Christian Zagia.
Terror.
88 minutos.

http://www.lavozdegalicia.es/noticia/cultura/2016/09/05/respires-potente-artefacto-terror-ciego/0003_201609H5P26991.htm

Ruiz Zafón concluye la tetralogía que inició con «La sombra del viento»


«El laberinto de los espíritus» llegará a las librerías el próximo 17 de noviembre


Madrid / Colpisa 30/08/2016 05:00
Para alegría de sus millones de lectores, Carlos Ruiz Zafón ha concluido su tetralogía de El cementerio de los libros olvidados. El próximo 17 de noviembre estará en las librerías El laberinto de los espíritus, según confirmó ayer Editorial Planeta, que con este anuncio calienta motores para uno de los grandes lanzamientos de su temporada. La nueva entrega es el desenlace de la saga de El cementerio de los libros olvidados que se inició en el 2001 con La sombra del viento, -de la que se han vendido más de diez millones de ejemplares- y continuó en el 2008 con El Juego del ángel y en el 2011 con El prisionero del cielo.
Las novelas de Zafón han sido traducidas a más de cincuenta idiomas. La tetralogía ha sido elevada por la crítica internacional a la categoría de «clásico contemporáneo» y conforma para algunos «uno de los universos literarios más apasionantes del nuevo siglo». Lo aseguran sus editores que, no en vano, presentan a Carlos Ruiz Zafón (Barcelona, 1964) como «el escritor español más leído en todo el mundo después de Cervantes». Eso sí, hasta ahora no ha logrado repetir el bombazo de la primera entrega de la saga ni alcanzar de nuevo sus espectaculares cifras de venta. Pese a la insistencia de la industria cinematográfica, que la ha tentado con todo tipo de ofertas, La sombra del viento no se ha llevado al cine ni a la televisión. Y parece que Ruiz Zafón, guionista y buen conocedor del gremio, no está dispuesto a dar su brazo a torcer.
Planeta detalla que publicará El laberinto de los espíritus en castellano simultáneamente en España y en América Latina. El sello no precisa cuántos ejemplares imprimirá en la primera tirada. Sí destaca que llegará al lector precedida por el relanzamiento de las tres primeras entregas de la saga, que estarán disponibles en librerías a partir del 11 de octubre con un nuevo diseño de cubierta tanto para las ediciones de tapa dura como de bolsillo.
Carlos Ruiz Zafón nació en 1964 -año del Dragón-, en Barcelona -la ciudad de los dragones- y colecciona dragones, las míticas criaturas que sedujeron a su admirado Gaudí. Afincado en Los Ángeles, atesora en su casa angelina más de 400 criaturas dragonas. Toca el piano, sintetizadores, ordenadores y «todo lo que se pueda teclear y haga ruido», como suele repetir el escritor a quien le interesan los lenguajes narrativos, la música, la arquitectura, el cine, el cómic y la historia. El primer huracán zafoniano se desató en el 2001, pero en aquel tiempo el fuego literario del Dragón-Zafón no abrasaba. Llevaba ya dos lustros batallando con las musas en busca de un éxito que le asaltó con nocturnidad y cierta alevosía al perder un premio con una novela ganadora. Terenci Moix, uno de los jurados del premio Fernando Lara de aquel año que ganó Ángeles Caso, aconsejó, casi imploró, a los editores de Planeta que prestaran la atención que merecía al novelón que se quedó en la cuneta de los finalistas. Era una obra remitida desde Los Ángeles por un antiguo publicista que se buscaba la vida como guionista en la fábrica de sueños.
Publicada con más pena que gloria, La sombra del viento fue un lento e imparable fenómeno gracias al boca oreja, que lo catapultó a la cima del mercado editorial. Se la señaló en su día como una de las mejores cien novelas de los últimos 25 años. Desde su publicación Zafón es el gran e infalible Dragón de la ficciones, y reina en Olimpo del bestseller hispano.

 http://www.lavozdegalicia.es/noticia/literatura/2016/08/30/ruiz-zafon-concluye-tetralogia-inicio-sombra-viento/0003_201608G30P32991.htm