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jueves, 23 de noviembre de 2017

Frank Miller: «Es totalmente necesaria una revisión feminista de la historia del cómic»


Frank Miller, astro del mundo del cómic y autor de 300, Sin City o Batman: el regreso del Caballero Oscuro, estuvo en Madrid como invitado estrella de la Heroes Comic Con que se celebró del 10 al 12 de noviembre

En el cómic norteamericano existen muy pocos nombres que brillen tanto por sí solos como el de Frank Miller. Tal vez emitan una luz semejante astros como  Alan Moore o estrellas como Stan Lee, pero si siguiéramos listando, dejaríamos de hablar de autores realmente mainstream en la cultura pop actual.
Parte de la culpa, inevitablemente, la tiene la popularidad de las adaptaciones cinematográficas de sus obras. Véase 300, aquel baño de testosterona de Zack Snyder, y las dos películas de Sin City que el mismo Miller codirigió con Robert Rodríguez. Sin olvidar el peso que sus cómics Batman: el regreso del Caballero Oscuro y Batman: Año uno tuvieron sobre la trilogía que revolucionó el género superheroico en el séptimo arte de la mano de Christopher Nolan. Poco menos relevante fue su adaptación de la obra maestra del cómic de Will Eisner, The Spirit, un film que, todo sea dicho, posee un ánimo dionisíaco inclasificable.
Pero más allá de sus escarceos con la pantalla, su sombra se extiende de forma vasta e impredecible sobre el noveno arte. Títulos como Roninpublicado aquí por la editorial ECC, sello encargado de traerle a España, supusieron un antes y un después en la lucha por la independencia creativa de autores que querían ser reconocidos como tales más allá de trabajar para Marvel o DC. Batman: el regreso del Caballero Oscuro cambió la concepción plástica de una historia seriada de corte heroico, construyendo narrativas con capas de complejidad no vistas hasta entonces.
Daredevil: Born Again como decía Jose A. Pérez Ledo, fue «uno de los cómics fundacionales de la virilidad crepuscular», con un ánimo rupturista en su concepción de determinados aspectos del concepto de ‘héroe’, su significado y su vigencia. Y su 300 sigue siendo hoy uno de los títulos más poderosos visualmente del cómic moderno, mérito también de Lynn Varley.
Es, pues, uno de los más grandes de la industria. También un hombre de sesenta años, de salud delicada, movimiento lento y calculado, parcas respuestas y mirada insondable. Habrá concedido un millón de entrevistas en su larga carrera, así que muchas de sus respuestas las tiene practicadas, y no por ello las pronuncia con menor gravedad. Otras, sin embargo, parecen sorprenderle. Solo cuando habla de autoras que le apasionan, o cuando le preguntan por Trump, nos responde mirando a los ojos y gesticulando de forma vivaz.
Trump no es más que una caricatura, un payaso
 
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Cuando en 1983 publicó Ronin, inició sin pretenderlo un camino por el reconocimiento de los derechos del autor y la independencia que siguieron muchos dibujantes. ¿Cómo ha visto la evolución de esta concepción? ¿Los artistas tienen mayor independencia ahora?
Independencia… No sé si somos más independientes. Pero estamos más implicados, eso sí. No se trata solo de lo que tú dibujes, también de lo que otros impriman y distribuyan. Lo que ha pasado es que todo el mundo ha aprendido que es mejor para un libro, que la gente que lo crea esté comprometida con el mismo y tenga poder de decisión sobre más aspectos de la producción de un cómic. Ahora, creo, plasmamos mejor lo que queremos, porque los storytellers pueden crear historias con sus propias manos.
Con El regreso del Caballero Oscuro y con Born Again reinventó personajes como Batman o Daredevil, dándoles un nuevo inicio, una segunda oportunidad. ¿Quiere hacer lo mismo con su próxima obra, Superman: Year One?
Más que reinterpretar, quiero reintroducirlo. Superman es un personaje con mucha historia, con un pasado tremendo. Se podría decir que estoy intentando lavar toda la basura extra que ha crecido alrededor de su figura. Buscar lo esencial. Si consigo hacerlo, te puedo decir que lo que permanece debajo es muy, muy bueno.
Hablando de todos ellos, ¿cree que, a día se hoy, la figura del superhéroe sigue íntimamente ligada a la del justiciero? O al menos, ¿a alguien que interpreta las leyes como cree?
Claro, por supuesto. Eso es algo esencial en el mundo del superhéroe. Al menos como lo veo yo. Sin recorrer esos caminos en torno a una idea propia de justicia, los superhéroes no tendrían razón de ser. No pueden ser solamente caras bonitas en cuerpos bonitos que acaban con los malos.
Cualquier héroe sin una idea propia de justicia pierde su razón de ser
En Ronin nos remite a leyendas del Japón feudal y en Sin City al noir de los 40. ¿Mirar hacia el pasado es más una oportunidad de crear algo nuevo  o un ejercicio de nostalgia?
Sabemos mucho más sobre el pasado que sobre nuestro presente, así que es lógico que hablemos del pasado. Y no hay nada malo en ello. Pero hay otra cosa que creo que es decisiva: en el dibujo, muchas veces, decides algo porque es bonito. Dibujas y ves lo bien que queda, y te decides. En Sin City, por ejemplo, el proceso de creación se vio envuelto en un montón de cosas que me gusta dibujar.
Hablo de chicos duros que llevan sombrero y gabardina y conducen cochesvintage. Y además viven rodeados de mujeres bellas. ¡Son todo cosas que adoro dibujar! Así que muchas historias se ven envueltas en elementos de este tipo. Una gran parte de mi profesión… De hecho, la parte de mi trabajo en la que invierto más esfuerzo y recursos es dibujando. Y no estoy en esto para sufrir, así que quiero historias que tengan cosas que me guste dibujar.
En Sin City, pero también en Ronin y en Elektra, usted ha creado personajes femeninos poderosos y decisivos. La representación de la mujer en la viñeta es algo que hoy preocupa a gran parte de la industria. ¿Cree que es necesaria una revisión feminista de la historia del cómic?
¡Claro que sí! Creo que es absoluta y totalmente necesaria. Aunque también creo que ya se ha hecho mucho. Me explico: durante demasiado tiempo las mujeres en los cómics eran dibujadas con trajes muy apretados y senos muy grandes. Representaban una fantasía masculina, claramente.
Los creadores las tirábamos por la ventana mientras ellas gritaban y alguien venía a rescatarlas. Y todos comprábamos eso. Pero ahora eso está cambiando, ya no funciona igual. Y es necesario que cambie, por supuesto.
Igual que ha cambiado la representación de la mujer dentro de la viñeta, también está cambiando fuera de ella. ¿Cree que las autoras deberían tener mayor peso en el mundo del cómic?
Sé que la tienen y que la tendrán. No es una cuestión de ‘deber’. Ellas no deben nada a nadie. El tema es hablar de los grandes talentos de nuestro arte. Por decir un nombre que me viene a la cabeza: ¿tú has visto el trabajo de Jill Thompson? Es absolutamente extraordinario en ambas artes, dibujar y escribir.
Es interesantísimo ver cómo su trabajo no entra nunca en el juego de las fantasías de matones, es mucho más. Es producto de su personalidad, de su género y su intención como autora. Sus trabajos son de primera clase y eso es lo que expande de forma genuina el contenido de cualquier cómic. Viene con retraso, pero su presencia es más que bienvenida.
En la rueda de prensa en la Heroes Comic Con dijo que Trump es bueno para los cómics pero malo para la gente. ¿A qué se refería?
No puedo hablar por toda la industria del cómic. Al ser un artista, pertenezco a un grupo social que suele tener formas distintas de agruparse y de coincidir. Solo tengo que decir que Trump no es mucho más que una caricatura. Ni más ni mejor, es un payaso. Es un objetivo muy fácil. Recuerdo que a finales de los ochenta pensaba lo mismo de Ronald Reagan. Era, también, un personaje de fácil caricatura. Así que imagínate con este.
Hace ya tres años que dirigió su última película con Robert Rodríguez. ¿Sigue teniendo más proyectos más allá de las viñetas?
Sí, sí. Estoy deseando volver a dirigir. Pero hacer una película requiere de un montón de gente y un montón de dinero, así que no puedo decir mucho por ahora. En términos de nuevos proyectos, hay muchas cosas en marcha. Apenas paro… pero no puedo concretar mis libros de aquí a diez años. Lo que sí puedo decirte es que tampoco puedo hacer mucho más de lo que ya hago.

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